Artículo de José María Martínez, profesor de EALDE Business School
La economía mundial está experimentado un shock sin precedentes debido a la propagación del coronavirus y las medidas de confinamiento tomadas para aliviar la crisis sanitaria, que obligan a poner la economía en hibernación por el COVID-19.
Como resultado muchos países se enfrentan ahora a crisis múltiples: una crisis sanitaria, disrupciones de oferta y demanda, tensiones financieras y un derrumbe de los precios de las materias primas, que interactúan de complejas maneras. Sabemos que el Covid-19 supone un shock muy grande, que a corto plazo eclipsa por completo las pérdidas que desencadenó la crisis financiera mundial. Pero aún reina la incertidumbre sobre la duración de la epidemia y el perfil de la normalización, que dependerá de la respuesta que políticas económicas.
Bajo un escenario base que supone que la pandemia se disipa en el segundo semestre de 2020, ayer conocimos que el FMI prevé para 2020 que el PIB mundial retroceda un -3,0%. Según estas proyecciones, las economías desarrolladas serían las que más sufren (-6,1%). Y en el caso de España, se junta la mayor intensidad de la pandemia con la elevada importancia relativa del turismo, uno de los sectores más sensibles a las restricciones, por lo que se proyecta una contracción particularmente intensa (-8,0% en 2020).
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Impacto del COVID-19 en Latinoamérica
Pero aunque el FMI estima para el conjunto de las economías emergentes una corrección menor(-1,0% en 2020), algunos países de Latinoamérica parecen especialmente vulnerables; tienen que enfrentar fuertes reversiones sin precedentes en los flujos de capitales y depreciaciones de sus divisas, mientras cuentan con unos sistemas sanitarios más débiles y un menor espacio para apoyo fiscal.
Además, hay tres canales a través de los cuales el impacto para Latinoamérica podría verse amplificado: i) un elevado porcentaje de trabajadores informales sin derecho a las prestaciones por desempleo ni en ocasiones a la asistencia sanitaria gratuita; ii) una elevada exposición a las materias primas que al caer de precio perjudicará la posición de la balanza de pagos y los ingresos del gobierno, exacerbando las tensiones financieras en estos países; un alto endeudamiento en divisa extranjera, que en el contexto actual puede revertir no sólo en que el volumen de deuda aumente una vez convertido a moneda local, sino en que las necesidades de financiación de corto plazo podrían no verse satisfechas ante la elevada tensión de los mercados globales.
A nivel global, la reacción de políticas está siendo muy rápida y contundente. Esto debería permitir, siempre y cuando la epidemia se disipe en el segundo semestre de 2020, un notable repunte de la actividad en 2021 (+5,8% según el FMI). Pero, aún así, en niveles el Covid-19 supondrá una enorme pérdida acumulada del PIB mundial. La economía mundial no recuperaría los niveles de PIB previos a la crisis hasta probablemente inicios del 2022. Por la peculiaridad de esta crisis, las políticas deben diseñarse para ser aplicadas en dos fases.
Fases para la recuperación de la economía
En una primera fase, mientras duren los confinamientos, el objetivo es mantener a la economía en un estado de “coma inducido”, pero evitando en lo posible la parada en el circuito de ingresos y gastos, que se traduciría en una cadena de impagos, quiebras y despidos, lo que acabaría derivando en una crisis más abrupta y permanente. Para ello hay que aplicar políticas que permitan reducir y transferir en el tiempo los costes económicos de esta crisis al futuro, talescomo i) provisión de liquidez; ii) garantías de crédito y avales públicos que trasladaran al Estado el riesgo derivado del crédito; iii) ampliaciones del seguro de desempleo, prestaciones reforzadas, y medidas para permitir un ajuste temporal de los niveles de empleo sin que ello implique su destrucción permanente; iv) moratorias fiscales para minimizar ciertos costes fijos en el momento en que los ingresos pasan a ser cero.
En una segunda fase, en el preciso instante que el confinamiento sea superado, la prioridad de políticas debe pasar rápidamente a estimular la demanda y sanear los balances en los sectores privados. Es decir, redistribuir entre agentes los costes de la crisis, haciendo que el Estado actúe como una enorme compañía de seguros. Será necesario un estímulo fiscal coordinado y masivo.
El deterioro de perspectivas y los problemas de liquidez han llevado a una fuerte corrección en los mercados financieros, con una de las más rápidas caídas en bolsa de la historia y aumento de los diferenciales de crédito. Un endurecimiento de las condiciones financieras amplifica los efectos adversos, por lo que los bancos centrales están actuando contundentemente para evitarlo. Por un lado se han anunciado amplias reducciones de las tasas de interés oficiales y ampliación de los programas de compra de activos, incluyendo activos de mayor riesgo como los bonos corporativos. Por otro, han anunciado planes para suministrar liquidez mediante operaciones de mercado abierto y líneas de crédito recíproco.
Nuevos cambios para el futuro
Al margen de todo esto, las crisis, cuando son de esta magnitud, pueden acelerar cambios latentes o hacer emerger otros inesperados. Seguramente, tras esta crisis reforzaremos los sistemas sanitarios y cambiaremos algunos hábitos, especialmente los referentes al turismo y a las interacciones sociales. A nivel productivo, probablemente emerjan nuevas formas de organizarnos, tanto global como localmente, ya sea por la difusión de las formas de trabajo a distancia, como por cambios en las cadenas de producción. A nivel macroeconómico, una consecuencia será que el nivel de endeudamiento público tendrá que aumentar mucho, lo que a su vez tendrá repercusiones sobre la política monetaria y la valoración de algunos activos financieros. Y a nivel político, se revaluará el papel de la coordinación y el liderazgo internacionales, y se establecerán nuevos equilibrios sobre la dicotomía entre salud y privacidad/vigilancia.
-Acerca del autor, José María Martínez–
Economista senior del servicio de Estudios de Repsol. Licenciado en Ciencias Económicas y Máster en Economía y Finanzas por el CEMFI (Banco de España).
Ha trabajado en el Banco de España como especialista en la economía de China. Allí también se hizo cargo del análisis económico de algunos países de Latinoamérica. Actualmente, en Repsol desempeña un rol global, centrado en el asesoramiento a la dirección sobre temas económicos y financieros.
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